cr




Atemperado



Alfa
Epsilon

No recuerdo el color de mi primer chicle



Croma sobre croma



Color
Sombra



Cincel al cielo




Tampoco recuerdo qué fue lo primero que vi, la memoria se encarga de preservar lo que se nos enseñó que era importante, lo que más adelante no valdrá nada, mientras que cada día, sin importar lo que suceda, tiene una cantidad inestimable de valores y de belleza dentro de él que jamás se recordarán porque nunca se nos enseñó a apreciar y preservar los días con el estima requerido para memorizar los buenos y bellos momentos de la vida.

Este cierre, que bajo la visión del autor es uno muy íntimo, explora lo ya dicho anteriormente. Somos criados frente al recuerdo de una manera interesante, las memorias sirven de refugio para la acelerada vida del día a día, pero estas mismas pasan por un filtro tan violento como nuestra propia realidad que pierden mucho de la seguridad que nos representa semánticamente la palabra refugio. Nuestras memorias se ven enfrentadas a nuestro deseo de una vida bella, de esa utopía imaginaria que sabemos imposible, pero que evocamos con las imágenes inefables que nuestra consciencia mantiene en lo recóndito de nuestras aspiraciones, a las cuales cuando acudimos nos sentimos invadidos por una extraña pero vasta nostalgia por lo que ya pasó, pero que siempre mantenemos virtualmente como diversas posibilidades mejores.

Pero de la misma forma que existe ese templo de remembranzas y bellos recuerdos, hay un camino casi infinito de todo lo que olvidamos, todo eso que después de un rápido juicio se decide enviar a un abadón de memorias, del cual si no se rescata lo que se cree que se quiere rápido, nos encargaremos inconscientemente de eliminar, dejando simplemente una opaca huella en lo que antes fue un instante de algo extremadamente vivido, o en algunos casos, sin rastro alguno de lo que algún momento fue nuestro propósito inmediato de vida.
No recuerdo el color de mi primer chicle